La preponderancia de lo pequeño

Ayer me había propuesto ir hasta Neptuno entre Aramburu y Hospital, para ver de cerca y recibir las impresiones del sitio que desde las 7 y 35 de la manana del viernes hasta hoy martes 25 de septiembre mantienen los organos represivos frente a la sede de las Damas de Blanco.

En algún momento del mediodía cuando llegó la hora de decidirme entre salir o quedarme en la casa tomé la segunda decisión. Me imaginé en la situación de una persona que elude zambullirse en un agua muy fría o muy caliente, y solo adelanta un pie o se imagina que puede adelantarlo pero el cuerpo y el alma tiran hacia atrás, evitando el peligro. Las noticias de boca en boca:  sitiada la calle y la casa, imposible llegar hasta ellas. Les ordenaron a los trabajadores y a los estudiantes de la Universidad de la Habana ir hasta alli a repudiarlas. La comparsa de la FEU y una tarima con cantantes hacian bulla, mientras los agentes de la Seguridad del Estado se apostaron en la puerta para impedirles a las Damas salir hasta la Iglesia. Las comparsas en Cuba se han vuelto algo macabro, siempre las percibo en camara lenta, las usa el gobierno para repudiar mientras la turba, llegada la ocasion, golpea a los opositores. Nadie se imagine que las personas inmensamente apáticas que participan de un acto de repudio por orden trasmitida desde la cima de la pirámide del poder en Cuba tienen el menor interés tanto de cambiar sus destinos como de defender a este gobierno de la amenaza de un grupo de mujeres que protestan defendiendo los derechos de todos los cubanos a no ir a la cárcel por disentir o por denunciar el régimen, y de luchar por la libertad de los que ahora están presos en unas condiciones difíciles de imaginar y hasta de aceptar creer al conocer los testimonios.

Recordé la leyenda del martirio de san Juan de Patmos ante la Puerta Latina, y el poema. Seguramente como parte de mi afán por seguir protegiendo mi caracol.

Finalmente un sentimiento de frustración me invade. De otra cosa no puedo escribir. En la noche el número de Damas de Blanco presas eran mas de 60 confirmado.

Mientras tanto en la escuela de mi hija preparan a los niños para recibir la pañoleta. Un cuadro de los hermanos Castro en una de las paredes del aula y retratos de los cinco agentes de la Seguridad del Estado, colegas de los abusadores que tienen sitiada la casa de la difunta Laura Pollán, aparecen en el imaginario infantil como héroes de la patria.  No son mis valores ni son los valores que quiero que mi hija aprenda. Resultaria dificil para sus cinco años mantener dos significados para los mismos símbolos; porque ninguna de esas personas son completamente reales para la percepcion infantil, son más reales las hadas. Es a mí a la que le hacen falta las moralejas y esperanzas de todas esas fábulas infantiles donde ser valiente y decir la verdad no te deja completamente solo ante las fuerzas del mal.

 

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7 respuestas a La preponderancia de lo pequeño

  1. ¡Cuánta bajeza! ¡Pobres niños!

  2. Leete esto:

    POMORIE, Bulgaria, septiembre, http://www.cubanet.org
    -Me llamo Ivan López Monreal y hace varias semanas escribí una carta abierta para explicar mi posición como joven cubano emigrado. Lo hice porque quise, no porque me lo pidiera nadie. Lo hice solo, en mi habitación. Sin consultarlo con amigos ni con novias, ni siquiera con mis padres, que viven en Cuba y tal vez sean los mayores perjudicados en todo esto. Lo hice con respeto a quienes defienden una posición distinta a la mía. Lo hice sin ofensas.

    La respuesta que me llega desde los blogs oficialistas es que yo no existo, soy una mentira, una infamia, una careta tras la que se oculta un enemigo de la Revolución. Soy un manipulador, un tergiversador, un peligroso involucionista que pretende intoxicar a los jóvenes con un mensaje cargado de debilidad. Dicen que detrás de mi está la CIA, la USAID, la mafia de Miami. La basura del exilio. La gusanera enrabietada.

    Aunque debo ser justo, la persona a la que estaba dirigida mi carta, Rafael Hernández, se ha mantenido al margen de esos ataques, incluso tuvo la gentileza de enviarme un mail agradeciéndome por el debate que hemos generado. Y eso le honra. Tardé unos días en responderle, también en privado, porque no quería crearle problemas a nadie, mucho menos a mi familia, pero algunos han interpretado mi silencio como parte de una operación conspirativa, una prueba de que no existo. De que soy un fantasma , ¿O si no, por qué no aparezco en Facebook, o en twitter, cómo es que no tengo un blog, cómo es posible que no haya publicado nada antes? Evidentemente yo debo ser un profesional de la contrarrevolución para decir las cosas que digo. Han llegado a sugerir que la carta es demasiado perfecta para ser real.

    Para esos blogueros, los jóvenes cubanos carecemos de capacidad para analizar y juzgar de forma crítica la sociedad en la que vivimos. Y si lo hacemos, apartándonos de la doctrina oficial, es señal de que alguien nos manipula. Ellos no. Ellos explican y convencen. Por eso no les gusta mi visión de Cuba. Mis palabras les han parecido falsas, equivocadas y peligrosas. Me piden que recuerde aquella frase del Che Guevara que decía “al imperialismo no se le puede dar ni un tantico así”. Y eso lo justifica todo. Porque en Cuba hay que callarse para no dar pretextos. Solo vale confiar en las decisiones de nuestro gobierno. Y sí, puedes quejarte mientras no lo hagas delante de una cámara o frente a un micrófono abierto. Para que no malinterpreten tus palabras, para que tu discurso no se parezca al del disidente, para que nadie cometa el error de pensar que en los temas sensibles es posible el desacuerdo. Dicen que es un sacrificio necesario, un acto de fidelidad. Para mí es una forma de alimentar los fanatismos. Porque solo un fanático, un inconsciente o un inmoral puede negar la realidad del país y acusar a los que la denuncian de mercenarios.

    Yo he dicho lo que pienso desde mi verdad y desde mi dolor. Soy cubano, y aunque viva en Bulgaria o en Kamchatka lo seguiré siendo. Ojalá pudiera despojarme de la identidad como de las ropas. Ojalá pudiera renunciar a mi pasaporte y empezar de cero, sería más cómodo para mí y para mi familia, pero no puedo. No sé hacerlo. Así que no me queda otro remedio que aceptar mi condición de emigrado y pagar por ella. Porque para eso sí existo. Para pagar por cada gestión, cada papel, cada permiso que necesite, incluido el de volver a pisar el país donde nací. Existo para pagar, no para opinar. Por eso ahora me niegan. Me borran. Me anulan.

    Desde hace muchos años en Cuba se niega la realidad que no se quiere ver. Es preferible echar sombras sobre todo aquello que es incómodo mientras se apela a un heroísmo de barricada. Porque un revolucionario que dude es un revolucionario débil. Y se niega la duda como se niega el miedo a la discrepancia. Ellos ven la ideología no como una opción política sino como un catecismo limitado y empobrecedor. Hablan de leer al Che como hablan los obispos de los evangelios. Y con eso basta.

    Decía Miguel de Unamuno que el fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando. Porque no hay nada como asomarse al mundo para colocar tus ideas en el sitio que les corresponde. Sin demagogias ni delirios. Y sí, hay que leer al Che, que hizo una revolución con las armas en la mano, y hay que leer a Ghandi, que hizo la suya, más humana y profunda, sin disparar un tiro. Hay que leer a Marx y a Lenin, pero también a Adam Smith y a Keynes. Hay que leer a Mijail Shójolov para conocer la épica de la revolución rusa, y a Solzhenitsyn para descubrir la desoladora tragedia del estalinismo.

    Tenemos derecho a saber y a pensar. Y nadie debería basarse en eso para criminalizar tu forma de entender la sociedad. Ni para llamarte antipatriota. Ni para anularte. Nadie debería valerse de tu opinión para convertirte en un enemigo público. Ni para injuriarte. Ni para condenarte. Aunque se haga en nombre de la soberanía nacional. Porque no es verdad. Eso solo busca que los que piensen como tú tenga el sentido común de callarse. O que al menos limiten el descontento a los pasillos de sus casas, a los patios interiores, a las mesas del comedor. A espacios en los que nadie les escuche.

    Por eso han convertido la cotidianidad cubana en un inmenso ejercicio de hipocresía que solo beneficia a los oportunistas. Porque ya nadie se cree nada. Porque es imposible defender desde la honestidad un estado que se empeña en poner cada día las cosas más difíciles, que desprecia a la población atragantándola de permisos y prohibiciones. Un estado que no da explicaciones. Nunca. Por nada. Y busca cada resquicio de supervivencia para atajarlo con leyes abusivas que exacerban aún más el robo y la doble moral. Un estado empeñado en habitar una realidad ficticia mientras niega la real. La de cada día. La de la prepotencia y los abusos, la del cólera y el dengue, la de esto es una mierda y sálvese quien pueda.

    Esa realidad existe, como existen quienes la sufrimos y deseamos que cambie. Algunos para tener un sueldo que les permita llegar a fin de mes, o mercados mayoristas, o mejores hospitales, escuelas, carreteras, o impuestos más justos, o acceso a Internet. Otros para que podamos entrar y salir del país sin más exigencias que un pasaporte. Un simple pasaporte con tu nombre y tu foto. Sin humillaciones. Y sin tener que ir a los consulados a pagar por tu condición de cubano como si fuera una multa. Porque no es una multa. Es mi nacionalidad. Y no la elegí como tampoco elegí a mis padres. Nací con ese derecho. Y ya estoy harto de que me cobren y me chantajeen por él.

    Quiero un cambio para acabar con eso. Y quiero un cambio para legalizar otras opciones políticas, no porque crea que la democracia es la solución mágica a nuestros problemas, que no lo es, pero al menos hará que nuestros líderes dejen de sentirse intocables. Porque los errores se pagan, y los fracasos también. Y si yo me equivoco y asumo las consecuencias, tendremos que exigirle lo mismo a quienes nos gobiernan. Llámense como se llamen. Y vistan el uniforme que vistan.

    Hasta mi padre quiere un cambio, con su carné del partido y sus medallas. Porque está harto de que le suban el precio de la comida, de que el Granma le mienta, de que cada día sea más difícil conseguir algo de forma legal. Harto de que el estado le cobre servicios en una divisa que no forma parte de su salario. Harto de ver en las noticias una Cuba que no existe. Porque él sí existe, él es real, y sabe que negar los problemas solo sirve para agravarlos. Mi padre en muchas cosas piensa como yo, y no es un disidente. Es un revolucionario con una hoja de servicios que difícilmente puedan igualar esos que me acusan de mercenario. Pero las decisiones políticas de mi país han conseguido que generaciones dispares y con experiencias distintas, lleguemos hoy a una conclusión muy parecida: así no podemos seguir.

    Y el estado lo sabe, pero no lo quiere admitir. Las figuras históricas de la Revolución prefieren mirar hacia otra parte. Prefieren ganar tiempo porque saben que, con suerte, morirán antes de que todo se desmorone. Y así la historia culpará a los que vienen detrás. “Después de mí el diluvio”, decía Luis XIV. Esa es la filosofía que rige el inmovilismo, no vaya a ser que les ocurra como a Gorbachov, que buscando perfeccionar el sistema lo terminó desmontando. Y ellos no quieren eso. Ellos quieren morir en la trinchera porque asumen que tumbar a Batista los legitimó para siempre, y al que no le guste, que se busque unos fusiles y empiece otra revolución. Nos ven incapaces de construir una sociedad plural donde quepan las ideas de unos y otros, sin ofendernos ni matarnos. Para ellos (y para algunos en Miami) la única forma de cambiar un gobierno es a través de la fuerza. Como si Cuba estuviese condenada a un interminable ciclo de violencia protagonizado por salvadores de la patria. Y donde el ganador, como en los casinos, se lo lleva todo. Lo piensan porque no son políticos, siempre han sido soldados, y parafraseando aquella memorable carta que le escribió José Martí al Generalísimo Gómez, han gobernado el país como se manda un campamento.

    Pero Cuba no es un campamento. Y retrasar los cambios solo servirá para que todo sea más difícil. Más amargo. Lo sé yo, y también lo saben esos blogueros oficialistas que me hablan de resistir cuando yo hablo de corrupción, que me hablan de imperialismos cuando yo hablo de pérdida de valores. Que me hablan de lo mal que está el mundo, cuando yo hablo de lo mal que está mi país. Ellos dicen que prefieren combatir la corrupción desde allá, aunque nunca publiquen sus denuncias. Aunque nunca alzaron la voz cuando no podíamos entrar en hoteles ni pisar ciertas playas. A ellos les parece bien que seamos el país de América con más censura y menos acceso a Internet. Y que no haya una universidad cubana entre las 50 mejores de Latinoamérica (la de La Habana está en el puesto 64, y la siguiente, la de Las Villas en el 149), ellos jamás han pedido la dimisión de un dirigente aunque permita que se pudran toneladas de comida en un almacén del puerto o haya dejado morir de frío a treinta enfermos mentales (un escándalo que en otro país le habría costado el cargo al ministro de salud). Ellos no piden explicaciones porque el primer deber de un periodista revolucionario no es informar al pueblo sino defender y justificar al gobierno que les paga.

    Ellos dicen que con un partido les basta, aunque eso implique conformarse con una sola verdad.

    Yo no puedo. Ni quiero. Me niego a aceptar un pensamiento único porque no creo en elegidos ni en profetas. Y no puedo aceptar que mi país solo pueda ser lo que decida una persona. No lo quiero yo, ni todos esos cubanos que hoy viven cansados de arengas y consignas. Y solo aspiran a una vida un poco más digna. Esos cubanos van a las marchas del primero de mayo, a las reuniones del CDR y gritan socialismo o muerte. Pero ninguno dará la vida por un proyecto que ha dividido sus familias y ha faltado a casi todas sus promesas.

    Esos cubanos siguen allí. Son miembros del partido, profesores, cuentapropistas, médicos, taxistas, son sociólogos como Diosnara Ortega (magnífica tu carta), son redactores del Granma, militares, cineastas, deportistas. Incluso delegados del poder popular.

    Esos cubanos existen. Son reales. Y no son treinta ni cien mil.

    Son millones.

    Ivan López Monreal

  3. Sophia dijo:

    Sin palabras excelente ,comentario.

  4. Angel Martinez dijo:

    Cada pueblo tiene el gobierno que se merece.Los Castros gobierrnan porque los cubanos obedecemos ciegamente.Es triste ver gente decidida q se sacrifican y arriesgan su vida para defender a un pueblo ingrato.Es muy triste ver como protestan en la bodega ,en las paradas de guagas y luego se prestan para reprimir a quienes lo defienden,a quienes luchan por una Cuba mejor. Es triste y repugnante ver a esta partida de hipocritas.Por mi los dejaria con su socialismo eternamente.

  5. Angel Martinez dijo:

    Por la actitud de ese pueblo ingrato es que aquellos que tienen oportunidad se van en busca de libertad en otras partes del mundo,Cuba se esta quedando sin artistas , deportistas ,sin intelectuales y profesionales ,a Cuba le queda poquito para convertirse en uno de los pueblos ignorados en este mundo.La culpa no es de los Castros , es nuestra,por ser tan sumisos y bailar al ritmo de los gobernantes q nos esclavisan.Este comentario no es una incitacion a la violencia ,al contrario es un llamado a la reflexion para no seguir haciendole el juego al gobierno.Hay que empezar por no participar,no participar ,no participar.Aquellos que participan son complices de los esclavistas.

  6. Pepón dijo:

    Es todo tan surrealista. La moral prostituida por miedo. Es mejor entregarlo todo, hasta la dignidad antes que perder la segurldad de estar vivo. Vivo y entumesido por temor al dolor en los hueso y al frio vacio que se siente en el pecho antes de caer muerto.

  7. Siempre he sido partidario de la aperturas para regimenes tan cerrados como el cubano..las restricciones ayudan a desgobernar a Cuba..ustedes creen que los esbirros puedan masacrar a protestantes delante de turistas americanos??..Es mas..el regimen ha montado un propaganda que se desmorona cuando el turista americano vaya y vea la realidad//como decia un argentino en you tube..me pintaron una Cuba en el papel y cuando fue a Cuba pensaba que me encontraba en Haiti….creo que el exilio tenemos que hacer un gran panel entre los que queremos hacer algo nuevo para acelerar la caida del regimen y retrazar nuestas estrategias…sino..habra castrismo sin casttros 50 anos mas..por el inmovilismo en las dos orillas..con mas de lo mismo…

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